Pongámonos en la tesitura de que, durante las últimas vacaciones estivales y por un breve momento, te has sentido más como un
viajero que como un practicante del turismo convencional más ortodoxo. Si así ha ocurrido, permíteme decirte que, probablemente, estés equivocado. Turistas somos todos, no nos engañemos, aunque no calcemos chanclas con calcetines blancos. Sin embargo, son muchos los que han coqueteado, y desde hace no pocas décadas, con la idea de
dar el salto a una forma de viajar más azarosa, libre, fuera del marco rígido y gastado de las guías de viaje. Hoy queremos que dejes el mapa en casa y te adentres en la quimérica ruta de un turismo alternativo, o incluso antiturístico, si es que semejante paradoja es posible.
El nacimiento del turismo
Existen cientos de formas de hacer turismo. Pero el archiconocido, en el que todos pensamos cuando escuchamos el término, nació durante la Revolución Industrial, en el siglo XIX, cuando las jornadas comenzaron a ser de ocho horas y se establecieron sistemas de descanso retribuido. Aunque fue en la edad contemporánea cuando el turismo como industria se desarrolló definitivamente.
En este proceso,
Thomas Cook, considerado padre del turismo, jugó un papel fundamental con sus guías de viaje
Tourists’ Handbooks. También con el
primer viaje turístico organizado de la historia, en 1841, o con la vuelta al mundo que dio junto a un grupo de nueve viajeros durante 222 días.
Más tarde, emergieron las agencias de viaje, entre ellas la propia Thomas Cook, y con la aparición del automóvil, el sector turístico comenzó un crecimiento imparable.
En España el boom tuvo lugar en los años 60, con la llegada del Seat 600, los apartamentos a pie de playa y con la que se convirtió en la nueva meca del verano: Benidorm.
Desandar lo andado: el turismo puesto en duda como forma hegemónica de viaje
Conocer una ciudad a través de los preceptos de una guía pronto dejó de interesar a
algunos viajeros disidentes. El ir aquí y allá, conocer esto o aquello otro, suponía unas obligaciones que encorsetaban a los turistas, restaban grados de aventura al viaje y establecían puntos en el mapa que parecían de obligada visita y cumplimiento. Aunque seamos sinceros, que levante la mano quien no haya practicado este tipo de turismo alguna vez.
En 1921, Dadá organiza en París un paseo colectivo a los lugares más antiturísticos y banales de la ciudad para remediar así la incompetencia de las guías y descubrir los lugares que
no tenían razón de ser. Pocos años después, los surrealistas inaugurarían una nueva forma de deambulación y errabundeo urbano: pasear sin propósito ni rumbo alguno, dejándose guiar únicamente por el azar para descubrir así las zonas inconscientes de la ciudad. Con este deambular, los surrealistas también recuperaban la figura del
flâneur, ya introducido por el poeta Charles Baudelaire, y que era entendido como aquel que vaga sin ningún objetivo, abierto a todas las vicisitudes y las impresiones que le salen al paso.
A principios de los años 50, la Teoría de la Deriva, impulsada por los situacionistas, “ampliaría esa forma de entender los paseos desprovistos de propósito y los convertiría en un verdadero acto de disidencia contra una sociedad hiperurbanizada”, tal y como explica Francesco Careri en
Walkspaces. El andar como práctica estética.
Formas de practicar un turismo alternativo
No hace falta ser muy beatnik para viajar de otra manera. Sobre todo, cuando lo que importa es el camino. John Brinckerhoff Jackson, artista y escritor francés de principios del XX, llegó a asegurar que
“las carreteras ya no conducen simplemente a lugares, son lugares”. Julio Cortázar llevó este pensamiento todavía más lejos cuando emprendió un viaje en mayo de 1982 junto a su entonces pareja Carol Dunlop. El trayecto comprendía un París-Marsella a bordo de su furgoneta Volkswagen roja y con la condición de no abandonar nunca la autopista y de parar en dos áreas de descanso al día para acabar durmiendo en la segunda –había sesenta y cinco en total en toda la ruta–. El resultado fue
Los autonautas de la cosmopista,
un diario de viaje lúdico, transmutado, poético y que miraría el turismo con nuevos ojos de cronopio.
Algunos años después, en 1990 en Estrasburgo y de la mano del periodista Joël Henry, nacería
Latourex, el Laboratorio de Turismo Experimental, un movimiento de turismo lúdico que desembocó en una original guía de viaje Lonely Planet. Latourex hereda muchas de las premisas de las corrientes de vanguardia, del movimiento literario
Oulipo y de la Teoría del Juego, del filósofo Roger Caillois. De alguna forma, el turismo experimental entiende el viaje como un juego y, como tal, establece unas normas inventadas para llevarlo a cabo. Ha lanzado así cientos de propuestas de ruta como, por ejemplo, la del dodecaturismo: viajar en torno al número 12 y coger un tren el día 12 del mes 12 a las 12h para bajar en la duodécima parada. En Exeter, Reino Unido, un grupo de artistas e investigadores bajo el nombre de
Wrights & Sights, también reinterpreta el turismo, en este caso la urbe, con la edición de guías antiturísticas. Se plantean, por ejemplo, qué ocurriría al superponer un mapa de Moscú sobre el de otra ciudad, dónde estaría el Kremlin o dónde se podría encontrar el bar perfecto para tomar un buen vodka.
Si nos detenemos a pensarlo, se nos ocurren miles de formas de viajar para no pisar los talones del turista de turno que llevemos delante. Podemos fijarnos en
los paseos de Nietzsche, en el arte de caminar de Henry David Thoreau, en viajar a pie con la esperanza de salvar algo o alguien, como hizo
Werner Herzog, o comenzar a
andare a zonzo, es decir, a errabundear sin rumbo. O también podemos trazar una ruta sin ningún motivo de interés turístico, aparte del que nosotros le queramos dar. Podemos transitar, por ejemplo, la N-II para vivir una
aventura entre Madrid y Francia, pasando por Barcelona, en una carretera alejada de lo ya visto cientos de veces en la autopista. O visitar nuestra propia ciudad andando en espiral sobre el plano para descubrirla de otra forma. Y cumplir así lo que el escritor oulipiano George Perec sostuvo en su Especies de espacios: “Que el lugar se haga improbable hasta tener la impresión, durante un brevísimo instante, de estar en una ciudad extranjera”.
Y, ahora, habiéndote adentrado en tanta forma diferente de hacer turismo, ¿con cuál te quedas? ¿Te quedas con lo convencional o te hemos iluminado para lanzarte a la aventura y experimentar nuevas maneras de viajar?